Hace algunas semanas, publicaba en la Revista Babar una reflexión sobre mi evolución como lectora y sobre cómo la imposición no consiguió arrebatarme la afición que más tarde llegaría. Cuento que no me gustaba leer de niña y que, por suerte, hubo un-libro-que-lo-cambió-todo , que supuso un punto de inflexión y abrió la veda para las lecturas que vinieron a continuación, y que, eventualmente, me convirtieron en lectora y amante de los libros. Ese libro fue Pupila de águila , de Alfredo Gómez Cerdá ( SM, 1989). ¿Y por qué este? Por nada en particular, simplemente apareció en el momento justo, en la situación adecuada, y conecté con la historia. Conecté no, ¡me enganché como nunca antes me había enganchado a un libro!, hasta el punto de sacrificar las para mí siempre sagradas horas de sueño. Es probablemente el primer libro que he releído varias veces por el mero placer de revivir la historia. Sus personajes y sus escenarios acuden de cuando en vez a mi mente, especialmente cuando paso
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